Si una imagen vale más que mil palabras, IMAGEN MAS ha iluminado desde el primer número este peculiar códice cultural que es Argutorio. Sin ellos, que le han dado diseño, luz y color, esta revista nunca habría sido lo que es, y les estaremos por ello siempre agradecidos.
Desgraciadamente uno de sus socios fundadores, el excepcional fotógrafo Santiago Santos Vega, se nos fue a finales de agosto. Y también nos dejaba poco después otro entrañable amigo y colaborador, Fidel José Fernández y Fernández-Arroyo, brillante matemático y naturalista, que en diferentes números compartió con nosotros parte de su inmenso conocimiento de la naturaleza española.
La humildad y sencillez de ambos, unidas a su total falta de presunción y afán de protagonismo, no ocultaron a los que les conocíamos su gran sabiduría, valía y talento.
Santiago fue el primer fotógrafo español en publicar en National Geographic, trabajó para las prestigiosas revistas de arte Franco Maria Ricci FMR y ARS Magazine, alcanzó prestigio internacional como fotógrafo de obras de arte, retrató como nadie las joyas del Camino de Santiago y los tesoros artísticos de la Comunidad de Castilla y León, y sus imágenes forman parte desde hace tiempo del imaginario colectivo de la ciudad de Astorga.
Fidel, por su parte, fue colaborador de Félix Rodríguez de la Fuente, era presidente del Fondo para el Refugio de las Hoces del Riaza (creado por él y que aglutinaba a cerca de un millar de naturalistas), y dedicó 48 años de su vida al cuidado, conservación y seguimiento de la fauna del Refugio, dejándonos un legado único de 57 cuadernos con cientos de páginas cada uno, obra magna que recoge la evolución de la fauna en este espacio concreto a lo largo de casi 50 años, algo sin parangón en el mundo de los estudios e investigaciones zoológicas.
Los dos compartían una exquisita sensibilidad y buscaban por todas partes la belleza y el orden naturales, los restos dispersos del paraíso perdido, mientras seguían siendo los niños que siempre fueron, con su maravillosa capacidad de búsqueda, encuentro y asombro.
La naturaleza les había capacitado para ver lo invisible, ese principio del tao chino y anhelo de artistas y naturalistas que permite descubrir los enigmas de la disposición de los seres, las materias y las cosas; discernir lo indiscernible; encontrar la belleza allí donde se oculta.
Cuando Santiago retrataba obras de arte. Su mirada penetraba en cada pincelada del lienzo, en cada relieve y fisura de la piedra, mientras él comenzaba a crear jugando con los colores, los matices, las luces y las sombras. Rectas y curvas, profundidades de campo, puntos de fuga, hendiduras y resaltes, concentraciones y vacíos, presencias y ausencias, perspectivas, todo era analizado tamizado hasta desentrañar los misterios de la obra a fotografiar, para extraer de ella aquello que la hacía arte y crear algo nuevo, irreconocible, destilando lo más bello de lo bello. Extractando la quintaesencia de la obra maestra. Dándole su sello personal y original; un nuevo enfoque, una nueva presencia, una nueva existencia.
Cuando Fidel miraba con sus prismáticos leía las cárcavas, las hoces, los farallones. Amaba y entendía a los pájaros, y su trato con ellos era una oración. Sentía amistad hacia los roquedos, las mesetas y los páramos desérticos, los paisajes despojados de matices, los relieves abruptos. Necesitaba las estepas en las que el silencia canturreaba, las llanuras alisadas por millones de inviernos. Los paisajes de sepulcro, sol silencioso, con animales que conocía y le conocían.
Censó aves con nombres propios y genealogías, engarzando el presente con el pasado en una sucesión cronológica ininterrumpida de 48 años. Testigo privilegiado (quizás único) de la evolución natural de un territorio singular, sus escritos recogen el efecto del paso del tiempo sobre esos paisajes y esos seres por él tan queridos. Miles de individuos controlados año tras año mediante una visión poliédrica en la que las matemáticas miden los impactos de los cambios estacionales, el hacer y el deshacer del Fluido Vital, la evolución integral de un territorio como nadie la había controlado jamás.
El uno exploró la tierra, la naturaleza, los seres de la creación. El otro las obras con las que los artistas han tratado de acercarnos –y de acercarse ellos mismos- a la gloria, a la divinidad. Igual de inquietos, igual de minuciosos, construyeron sus vidas en torno a sus pasiones, abriéndonos los ojos a lo que la realidad esconde, e iniciándonos en sus teologías. Agrandaron nuestros horizontes, nos mostraron sus mundos –tan distintos de los nuestros- y nos enseñaron a apreciar y valorar la naturaleza y el arte.
Con las maravillosas fotografías de Santiago captamos la atención de nuestros lectores dándole colorido, belleza y atractivo visual a la revista, y con los texto y la sabiduría primigenia, existencia, de Fidel, los llevamos por la senda de esa maravillosas naturaleza nuestra, tantas veces maltratada y abandonada.
Tanto el uno como el otro nos han hecho más felices, mejores personas, y el mundo hoy es mejor gracias a sus obras.
Descansen en paz.