Revista Excelsior n.º 143, octubre-diciembre 1993.

Lo llamamos así porque suena más. La verdad que está quedando bastante bien.

Fue allá por el mes de mayo. Alguien fumaba un cigarrillo sentado en una ladera llena de zarzas mirando hacia el río Duerna. Mientras otros trabajaban en “La Borrazal” él pensaba entre bocanada y bocanada cómo resolver lo del fuego de campamento, y las reuniones generales, y las representaciones, y la misa, y ... La verdad es que ya teníamos acotado, en el robledal, al lado del comedor, con cuerdas y todo, el lugar; los pies serían de traviesas de Renfe y cada año había que armar y desarmar aquella mesa redonda, grande como para sesenta o más.

De pronto surgió una idea: limpiando, en aquel trozo de ladera podía haber sitio para reunirse dos o tres equipos a la vez. ¿Y si se limpiaba todo y se hacía una especie de anfiteatro ...? Resolvería lo del fuego del campamento, misa, convivencias, día de la familia, representaciones teatrales, audiciones musicales ... Aquello podía dar para un auditorio de más de cuatrocientas personas.

Foto Jrf, septiembre 2005

Rápidamente comenzamos a desbrozar. Entre tanto íbamos perfilando la idea. Que tenía que haber unas gradas era claro. Lo que ya no estaba tan claro era cómo hacerlas. ¿Y el escenario? La idea de una construcción semejante a los romanos se iba haciendo luz, dado que estábamos en un terreno explotado por los romanos, y que el enfoque que queríamos darle a nuestro campamentos iba un poco por ahí: dividir a los acampados entre romanos e indígenas, tratando de revivir lo que hace veinte siglos debió ocurrir en estas tierras. Por tanto, parecía claro que el escenario tal y como lo concebían los romanos daría una idea de aquellos tiempos; sin embargo, no nos resolvía los problemas de nuestro teatro actual, ni de proyecciones tanto cinematográficas como de montajes, etc. ¿Cómo hacer algo que nos transportara a aquellos tiempos, y a la vez resolviera nuestras necesidades prácticas?.

La solución que tomamos quizás no sea muy ortodoxa, ni la más estética, pero fue la que primó: dar al escenario un remate de templo dórico tetrástilo. Y así hemos intentado hacerlo; con materiales pobres sí, pero siguiendo el canon griego al centímetro. Pensamos que esto podría ser educativo para los muchachos que algún día pasarán por aquí.

Foto Jrf, septiembre 2005

Anfiteatro. Aquí es donde este año hemos echado todos nuestros saberes. En 1992 habíamos hecho las cuatro columnas de 60 centímetros de diámetro y cerca de cuatro metros de altura cada una. También se hicieron las gradas. Pensábamos entonces poner sobre las columnas una estructura metálica de segunda mano, que ya casi teníamos apalabrada. Después de pensarlo mucho, se decidió hacerlo todo de cemento.

Un técnico nos calculó la viga de 10,80 m. de larga. Debería tener la resistencia suficiente como para encima unas cuantas toneladas de peso. Costó buen trabajo hacer el encofrado. Luego, en un tiempo récord de dos horas y media, echamos la viga; era el uno de mayo de 1993, sábado, y las 8,30 de la tarde cuando terminábamos. Los quince presentes no pasamos frío aquella tarde.

Habíamos sido capaces de hacer la viga, y, además, aprendimos que a eso los griegos lo llamaban arquitrabe, y que el arquitrabe era una de las tres partes en que ellas dividieron el entablamento. Ahora teníamos que hacer la tenia, una línea sobresaliente que separa arquitrabe y friso. Fue preciso hacer un forjado sujetándolo en hierros anchados en el arquitrabe, Debajo y enfrente de los triglifos, hicimos las régulas, y, colgando de cada una, seis gotas como mandan los cánones.

Porque nosotros -una vez más hay que repetirlo- hacemos las cosas “por el libro”. En mi pueblo, cuando se dice que alguien hizo aquello “por el libro”, se quiere decir garantía y más. No me resisto a poner aquí una fotocopia que tuvimos que manejar no pocas veces, y que está tomada del libro.

Foto Jrf, septiembre 2005

La historia de las gotas, fue curiosa. Mes y pico nos pasamos discerniendo la forma de hacerlas. Uno escuchaba las cosas más raras. Consultamos con ingenieros, arquitectos, aparejadores, marmolistas ... Todas las formas eran complicadas, muy laboriosas y caras. Un día fuimos a comprar una tarta y estando en la confitería, surgió la idea: las bandejas de plástico donde vienen colocados los “Kinder” sería los moldes para hacerlos de cemento blanco, luego un poco de silicona, y, ya está, pegados en la régula.

Ahora, subiendo, teníamos que meternos con los triglifos y con las metopas. Como de esto no hay fábricas, ni nacionales ni extranjeras, no tuvimos mas remedio que dedicarnos a fabricantes. De los dos moldes escogimos con seguridad, el más fácil de hacer, pero tal vez no el más representativo del dórico griego. Once frontales y dos laterales tuvimos que hacer. Muchos días porque tenía que secar.

A continuación, el alero, con sus mútulos y gotas correspondientes. Nada más y nada menos que 414 gotas.

EL FRONTÓN. Aquello ya iba tomando forma. Ahora acometíamos la última fase: el frontón, se hizo con bloques de cemento de 40x20x20, un peso muy considerable. Si se añade que el friso es también macizo, puede uno hacerse una idea del enorme peso que se ha cargado sobre la viga.

Muchas discusiones tuvimos a propósito de la cantidad de peso. Algunas dejaban traslucir que tenían miedo, otros parecían estar seguros, pero yo creo que todos, cuando cada día llegábamos allí por la mañana, allí tendíamos nuestra primera mirada.

LOS CAPITELES. Fue lo último que hicimos y no resultó nada fácil. Fue preciso hacer un molde de escayola, y rehacerlo prácticamente de nuevo para cada uno de los cuatro capiteles. Por otra parte, un entramado de hierros lo sujeta al fuste y al arquitrabe.

Vista general en la que se aprecia la escalera de acceso al escenario sin terminar.

Queremos reflejar aquí lo que algún día podría ser, si hubiera dinero para las estatuas del frontón, y también para decorar las metopas del friso. Nosotros como no disponíamos de dinero para hacerlo en mármol, preferimos hacerlo en otro material mucho más sensible.